A lo largo de los tiempos, los seres humanos han diversificado y elaborado diversos mecanismos para comunicarse y expresarse... Cuando se trata de expresar emociones y sentimientos profundos, se vuelven mas complejos ésos mecanismos... A veces se trasciende mas allá de las lenguas... en la búsqueda de la perfección, de la exaltación del mismo sentimiento, a veces se vale de terceros que se vuelven parte de él mismo...
Al principio de los tiempos todo era oscuridad... Dios dijo “Hágase la luz...” Y la luz se hizo...
El séptimo día hizo al hombre... y vió que era tan imperfecto que buscó la manera de compensarlo por ser un creador tan deficiente e injusto...
El 10mo. Día Dios le puso la música en el corazón al hombre para alivianar su carga... Y desde entonces la música existe, exaltando el sentimiento humano, ayudándolo a llevar al límite sus emociones, ansias, anhelos, sueños, sus odios, resentimientos, todos los fuegos internos...
El día 15º. Dios fue olvidado y murió...
y al hombre no le quedó mas que la música y claro... el mismo hombre... Para atormentarse toda la vida...
Lo malo de ser humano es que no sólo el amor, la alegría pueden ser profundos... también los sentimientos mas oscuros, los miedos, los rencores, los dolores, pueden ser exaltados hasta extremos insospechados...
Ahí está la música, ahí están los acordes, siempre compañeros inseparables de los sentimientos extremos...
Ahí está la música para el amor...
Ahí está la música para los miedos, los dolores, los pendientes...
Y el hombre hizo la guitarra, probablemente una de las mas discretas, pero mas fieles acompañantes de los dolores humanos... la guitarra, fina, trémula, indefensa siempre y dispuesta a cualquier tipo de ultraje... Compañera silenciosa, estoica, resignada...
Y el hombre hizo el piano... complejo, mágico, sobrio... capaz de confundirte y distraerte con su magia en algunos instantes... Sacándote de tu vida para introducirte en una realidad alternativa, fuga de acordes escalados, matizados, coloridos, pero que en algunos instantes sólo ayudan a dividir el dolor en cinco octavas... en blanco y negro... en eco y resonancia... en complejidad...
Nació entonces un Saxofón, irreverente, seductor, también complicado, pero flexible, capaz de acompañarte a cualquier rincón del mundo, cualquier instante, cualquier sentimiento, deseo, presto para cualquier instante de frío o calor, de ira, amor o desamor, pero siempre peligroso también por estar presto a ésa dualidad, a ése eterno polar... capaz de inmolarte o condenarte para toda la vida, capaz de perderte en los abismos profundos... capaz de hacer que las entrañas se te vayan desgarrando poco a poco con cada acorde, convirtiendo la tristeza, la ira, el resentimiento, en círculos viciosos cadenciosos, fluidos pero quemantes, lacerantes, que comienzan, y se retroalimentan de ellos mismos, repetitiva e incisivamente... El Sax en un instante puede ser tu refugio y en otro puede ser tu verdugo y victimario... Tu cielo y tu infierno...
Cuando la siempre fiel guitarra no es lo suficientemente fuerte, el piano lo suficientemente simple, y el Saxofón lo suficiente inofensivo, nace la necesidad de reinventarse, de buscar la manera de contestar, de mejorar, de salir de hoyos desconocidos y oscuros...
Quizás es hora de responder a golpes...
En una de tantas ironías, la vida parece escoger a quienes han de vivir la vida cerca del dolor... parece escoger a sus proscritos, sus malditos, a quienes nada que quieran no les signifique un parto doloroso, una pérdida, una impotencia, veinte mil porqués, un mar de tristeza, de oscuridad... de muerte... La vida parece escoger a quienes ha de tratar a golpes...
Quizás es hora de responder a golpes... de decirle a la vida que en el mismo son que toca, en ése mismo son se le responde...
Con una patada llena de furia al Bombo, con un redoble hoy contesto que no habrá doblegación, que guardo mi guitarra, hermosa, inmaculada, inocente, en un estuche libre de las ansias, de los porqués, de la furia, de lo que no se puede resolver...
Quizá es hora de decirle a golpes a la vida que le va a doler tenerme y a golpes a la muerte que le va a doler llevarme también...
Y a golpes de tambor aquí estoy, contra la tristeza, contra las notas lacónicas y lacerantes, contra la incomprensión de mi mundo, de mi gente, de mi galaxia azul que en algunos momentos me cobija y resguarda y en otros me destierra y me hiere... contra las dudas, las indefiniciones, el desamor, las heridas... contra la muerte... contra el olvido...
Aquí estoy tratando de respirar profundo a cada golpe, hasta descubrir con el tiempo quién se cansa de golpear primero...
Y quizás algún día llegue la hora de que las cuerdas no callen, de que el amor se pueda dividir en cinco octavas, o en una lánguida nota de violín y saxofón...
Y quizás ése día, llegue la hora de que callen los redobles del tambor...
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