Julieta es, como muchas otras mujeres que por las tardes acudían a la plaza, madre de Damián, quien hace 28 años y a los 18 años de edad, fué secuestrado por una cuadrilla del ejército en medio de una manifestación juvenil por mejoras en las políticas educativas y sociales de su país...
El último que vió a Damián con vida, fué su compañero de clase Fernando, quien relató que estaba escondido y malherido en una jardinera de la plaza cuando a lo lejos lo vió. Damián era arrastrado por dos militares, con el rostro y la ropa bañados en sangre. Es lo último que se supo de él.
A partir de entonces, Julieta y otras madres de otros jóvenes salieron a las calles a buscar a sus hijos, hasta agotar sus instancias... Lloraron, gritaron, suplicaron, agotaron hasta la última instancia; presionaron, éllas mismas fueron apresadas también. Recibieron picana, fueron golpeadas, violadas, insultadas, humilladas.
Después de un par de años, Julieta y otras madres fueron puestas en libertad gracias a árduas negociaciones, pactos y treguas entre la sociedad civil y el gobierno. Algunas no salieron y Julieta tampoco las volvió a ver... A partir de entonces y aunque supiera que no lo volvería a ver vivo, Julieta y muchas mujeres mujeres más salían por las tardes con la foto de su hijos y una vela en sus manos, a caminar y dar vueltas en silencio alrededor de la plaza durante un par de horas.
Los años han pasado, al igual que cada régimen. Algunas han muerto, otras se han ido, pero Julieta y varias ancianas más continúan con su ritual un día a la semana... aunque ellas se supieron y se siguen sabiendo muertas en vida desde el día que sus pequeños no volvieron, por lo menos se sabían también portadoras de una memoria viva que no debía de irse jamás de ése lugar, para que a otras y otros no les volviera a ocurrir lo mismo...
Pero llegó un día que cambió todo... En todos los cuadros televisores y los titulares de los diarios se escuchaba y se leía lo mismo... "El General ha muerto..."
El depositario de los rencores y reclamos de miles de personas había dejado de existir, sin haber pisado jamás la cárcel en pago por alguno de los desaparecidos políticos. Después de un juico aletargado por años con recursos legales, monetarios y humanos, el general murió en su casa tranquila y cómodamente después de una corta convalescencia. Julieta no podía creer las imágenes que veía a su televisor, el cortejo fúnebre y los honores alrededor del cadáver del asesino. Salió pronto a la calle y se dirigió a la plaza para encontrar a sus compañeras, para que alguna le explicara la clase de broma que les estaban haciendo... Y al encontrarlas, sólo se vió a élla misma, con los ojos doblemente nublados, por los signos de la vejez y por el llanto y el dolor...
Entonces entendió que con el genaral murió también la justicia.... y que todos los torturadores y asesinos que aún andaban por ahí, algunos descansando, algunos más, en el peor de los casos, aún gobernando, estaban cerca de encontrarse con la misma suerte...
Sufrió entonces Julieta... volvió a perder a Damián y regresó ése dolor que la carcomió despiadadamente. Camino a su casa no le alcanzaba para razonar cuáles y cuántas partes de su cuerpo y alma eran las que le dolían tanto, como en los aquéllos primeros días de la pérdida...
Sufrió entonces Julieta y no entendió cómo es que se puede morir tantas veces en una sóla vida... llegó a su casa y guardó la foto de Damián junto a su cabecera, de donde ella sabía que no se movería más...
Nadie ha vuelto a ver a Julieta acompañando al pequeño puñado de ancianas que las tardes de los jueves aún dan vueltas lentamente y en silencio alrededor de ésa renovada plaza, que aún hoy, en éstos modernos y democráticos tiempos, sigue guardando dolorosos secretos y viejos rencores mientras sigue haciendo ésas silenciosas preguntas que jamás serán contestadas.
El último que vió a Damián con vida, fué su compañero de clase Fernando, quien relató que estaba escondido y malherido en una jardinera de la plaza cuando a lo lejos lo vió. Damián era arrastrado por dos militares, con el rostro y la ropa bañados en sangre. Es lo último que se supo de él.
A partir de entonces, Julieta y otras madres de otros jóvenes salieron a las calles a buscar a sus hijos, hasta agotar sus instancias... Lloraron, gritaron, suplicaron, agotaron hasta la última instancia; presionaron, éllas mismas fueron apresadas también. Recibieron picana, fueron golpeadas, violadas, insultadas, humilladas.
Después de un par de años, Julieta y otras madres fueron puestas en libertad gracias a árduas negociaciones, pactos y treguas entre la sociedad civil y el gobierno. Algunas no salieron y Julieta tampoco las volvió a ver... A partir de entonces y aunque supiera que no lo volvería a ver vivo, Julieta y muchas mujeres mujeres más salían por las tardes con la foto de su hijos y una vela en sus manos, a caminar y dar vueltas en silencio alrededor de la plaza durante un par de horas.
Los años han pasado, al igual que cada régimen. Algunas han muerto, otras se han ido, pero Julieta y varias ancianas más continúan con su ritual un día a la semana... aunque ellas se supieron y se siguen sabiendo muertas en vida desde el día que sus pequeños no volvieron, por lo menos se sabían también portadoras de una memoria viva que no debía de irse jamás de ése lugar, para que a otras y otros no les volviera a ocurrir lo mismo...
Pero llegó un día que cambió todo... En todos los cuadros televisores y los titulares de los diarios se escuchaba y se leía lo mismo... "El General ha muerto..."
El depositario de los rencores y reclamos de miles de personas había dejado de existir, sin haber pisado jamás la cárcel en pago por alguno de los desaparecidos políticos. Después de un juico aletargado por años con recursos legales, monetarios y humanos, el general murió en su casa tranquila y cómodamente después de una corta convalescencia. Julieta no podía creer las imágenes que veía a su televisor, el cortejo fúnebre y los honores alrededor del cadáver del asesino. Salió pronto a la calle y se dirigió a la plaza para encontrar a sus compañeras, para que alguna le explicara la clase de broma que les estaban haciendo... Y al encontrarlas, sólo se vió a élla misma, con los ojos doblemente nublados, por los signos de la vejez y por el llanto y el dolor...
Entonces entendió que con el genaral murió también la justicia.... y que todos los torturadores y asesinos que aún andaban por ahí, algunos descansando, algunos más, en el peor de los casos, aún gobernando, estaban cerca de encontrarse con la misma suerte...
Sufrió entonces Julieta... volvió a perder a Damián y regresó ése dolor que la carcomió despiadadamente. Camino a su casa no le alcanzaba para razonar cuáles y cuántas partes de su cuerpo y alma eran las que le dolían tanto, como en los aquéllos primeros días de la pérdida...
Sufrió entonces Julieta y no entendió cómo es que se puede morir tantas veces en una sóla vida... llegó a su casa y guardó la foto de Damián junto a su cabecera, de donde ella sabía que no se movería más...
Nadie ha vuelto a ver a Julieta acompañando al pequeño puñado de ancianas que las tardes de los jueves aún dan vueltas lentamente y en silencio alrededor de ésa renovada plaza, que aún hoy, en éstos modernos y democráticos tiempos, sigue guardando dolorosos secretos y viejos rencores mientras sigue haciendo ésas silenciosas preguntas que jamás serán contestadas.
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